Pese a la tranquilidad, producto del temor, la gente de los barrios, desafiando el miedo, iba a los cines a “votar el golpe”. la entrada a los cines en la parte alta como el desaparecido trianón, al aire libre, costaba de 15 a 20 centavos |
Por Miguel A. Matos / El Caribe |
A principios de la década del 50, la dictadura de Rafael Trujillo, en pleno apogeo, mantenía con toda crudeza un ambiente de represión en el país, para suprimir drásticamente y sin miramientos lo que oliera a antitrujillismo.
Eran tiempos de conspiración contra el régimen trujillista. Los instigadores, de cualquier movimiento subversivo, fueran civiles o militares, eran despiadadamente “eliminados”, para quitar los “estorbos” que impidieran “la buena marcha” del régimen tiránico.
En horas de la noche, especialmente en los más populosos barrios de la otrora Ciudad Trujillo, la represión se manifestaba con crudeza. Era continuo el desplazamiento de los esbirros del temido Servicio de Inteligencia Militar (SIM), en sus tristemente célebres carros cepillos, deteniendo a supuestos “sospechosos” antitrujillistas, quienes eran interrogados y depurados para determinar si tenían vínculos o relación con algún desafecto al régimen.
No resultaba extraño percibir la desaparición de personas por no comulgar con el estado de cosas imperante. Ese fue el triste caso de un apreciado amigo, que protestó por el descuento que le hacían de su sueldo, para el Partido Dominicano, y a los pocos días murió atropellado por un camión.
También se sumaban al operativo represivo, los miembros del Escuadrón de Caballería, con su cuartel situado en los terrenos donde está ahora la Urbanización Antonio Duvergé (Honduras), en esta capital.
Los agentes del Escuadrón de Caballería, eran en su mayoría militares, y montaban unos briosos caballos de gran tamaño.
De noche este cuerpo represivo salía a pedir a los indefensos ciudadanos, “los tres golpes”, la cédula, la palmita, que era el carnet del Partido Dominicano, y el del servicio militar obligatorio.
El que no tenía “los tres golpes”, lo apresaban y lo colocaban en fila delante de los corceles, en una actitud denigrante a la dignidad humana, debido a que muchos de los detenidos eran padres de familia que retornaban a sus hogares tras su jornada laboral diaria, y tenían que soportar, estoicamente, esa vejación. Hubo noches que las filas de apresados eran nutridas, y cuando alguien se quedaba rezagado, los guardias lo empujaban con la cabeza de los caballos.
Hubo corceles que se encabritaban y lesionaban a los apresados. Por esa y otras razones la gente no salía de noche a la calle. Una noche, con el teatro repleto, cuando se proyectaba un doble hit, se presentó la patrulla a caballo y se apostó frente a la puerta del Trianón para pedir los documentos.
De inmediato se corrió la voz de la presencia de los militares, y todos los que no tenían los “tres golpes”, salieron del cine despavoridos, lanzándose por las paredes, cerca del telón.
Por coincidencia, en ese momento se estaba proyectando la película de guerra Los Tígueres Voladores, que desde hacía meses, los muchachos esperaban que subiese a los cines de la parte alta.
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Y como era que la gente podía vivir en esos tiempos, Dios Santo!
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